El pasado Lunes 29, dábamos cuenta de una ruta titulada Entre muiños, fontes, piornos y carballos, un circular de 17 Km. que recorrimos los de Los Lunes al Sol en una espléndida y luminosa mañana de este otoño que nos regala un clima tan poco habitual para estas fechas.
Unos días después, en este fin de semana, tuve el privilegio de disfrutar de la hospitalidad de nuestros buenos amigos José Manuel y Piruca, en la hermosa casa que poseen en Paraños, no lejos de Viascón, en compañía de uno de nuestros luneros, Eduardo. Y se nos ocurrió que sería ineteresante efectuar aquel mismo recorrido pero de noche, seguros de que la oscuridad nos depararía muy diferentes sensaciones.
Y así fue. Iniciamos nuestra andadura en el mismo sitio sitio que el pasado Lunes. Ya notamos que los parroquianos que merodeaban por los aledaños del bar Manolo, nuestro punto de partida, se fijaban con cierto aire de sospecha en torno a aquellos dos tipos con mochila y bastones que se perdían en las sombras de la anochecida.
Eduardo caminaba delante abriendo ruta con su linterna y tratando de indentificar las marcas blancas y amarillas que sirven de guía por el PR G68. A nuestras espaldas quedaban las luces del pueblo y el alumbrado de la carretera que a veces se filtraban a través de la arboleda, mejor dicho de sus sombras, hasta que llegamos a los bajos del río Cabanelas donde la oscuridad era total. Podíamos oir el rumor del agua brillando en efímeros reflejos, pero no veíamos nada a no ser el pequeño espacio que iluminaba la linterna.
Eduardo se detiene un momento.
-¿Oyes?, es un carabo. E scomo un ulular, uuuh, uuuh
-Pues no, no oigo nada
-Sí hombre, uuuuh, uuuuh.
-Ahora sí oigo, le contesto.
-Ya, pero ese soy yo. Para otra vez y escucha.
-Uuuuh, uuuuh.
Es como un gemido que atraviesa el bosque. La Santa Compaña, Fendetestas, los antiguos habitantes de la fraga, merodean de nuevo, redivivos en la noche rural.
Rematado el primer bucle que se cierra en el puente de Rexedoiro volvemos a la pista a cielo abierto, un cielo en verdad oscuro pero límpido y cuajado de estrellas bajo cuyo resplandor, a pesar de no haber luna, podíamos distinguir las marcas del sendero. Retornando al asfalto, alcanzamos la fuente de Natoal y, a pocos metros, la ruta abandona la carretera y nos lleva por el saca ojos, una rampa infernal, pavimentada de cascajos, ramas y piedras, que el lunes pasado, bajo este sol otoñal que más bien parece de estío, nos hizo sudar la gota gorda.
Ahora la rampa no se ve, ni el sol abrasa nuestra espalda, pero hemos de caminar con pies de plomo, lentamente, pues la tenue luz de la linterna no es suficiente para distinguir tanto cascajo bajo nuestros pies y el riesgo de un tropezón o una caída es inminente. Ante nosotros el monte se perfila como una monstruosa joroba negra. Ni las piedras, ni el suelo, ni los pinos tienen forma ni color. Penetramos en la inmensa sombra hasta que alcanzamos la cima del Coto do Castro, desde donde divisamos de nuevo Viascón hundido allá abajo, entre las luces y sombras de la noche.
Bajamos al barrio de Atalaia, y nos detenemos a la salida del puente de Xoan Figueroa para reponer fuerzas a la luz de una solitaria farola. Dan las once en la torre de la iglesia. Apenas reanudada la marcha, una furgoneta se para a nuestro lado.
–¿ Boas noites. Necesitan axuda?
-Non moitas gracias, respondemos.
-Pero entón, onde van a estas horas? ¿E alguha promesa?
-Nos home non. E que fixemos esta ruta o Luns posado de día e queríamos ver como era de noite.
Nos miran entre sorprendidos y desconfiados.
¿Entón, no necesitan nada?
-Que non, que vamos a andar, no se preocupen.
-Bueno, pois vaian con coidado. Sorte.
-Graciñas. Boas noites.
Seguimos. Nos queda por recorrer el tercer bucle que nos lleva hasta el Muiño do Río Grande, junto al Lérez. Van quedando atrás las últimas casas de Viascón. La ruta discurre ahora por estrechos y hondos carreiriños, sumidos en la negra oscurridad, entre rústicos muros de piedra apenas insinuados entre las sombras. Es necesario caminar con la máxima concentración para no dar un traspiés que dé con uno de nosotros en el suelo. A nuestra izquierda se alzan ahora, alargadas y siniestras, las altas siluetas de los eucaliptos. Al otro lado brilla, bajo el cielo estrellado una veiga que se extiende cual negra alfombra tras la cerca empedrada. De repente, suenan dos explosiones secas y cercanas y una lluvia se perdigones cae sobre nuestras cabezas y repiquetean contra las hojas del eucalipto. Alguien, desde una casa solitaria, ha visto la luz de nuestra linterna y seguramente quiso dar un aviso, por si acaso… Amparados por la sombras, apagada la linterna durante un rato, seguimos bajando hasta llegar al río.
Aquí la noche es cerrada y oscura. Los árboles altos y frondosos de la ribera, ocultan el cielo y el agua. Es como si el río hubiese desaparecido quedando solamente el fantasmal rumor de la corriente. Hemos llegado a la cota más baja del recorrido. De nuevo ascendemos por la larga cuesta hasta llegar de nuevo a la iglesia y reencontrarnos con la luz y el silencio del pueblo dormido. La campana del templo parroquial da la una.
Hemos caminado casi cinco horas, sumergidos casi todo el tiempo en las sombras espesas que bordean ríos sin ribera, senderos que se insinúan bajo los vigilantes luceros, árboles que se alzan como fantasmas, silencios y rumores inquietantes, ruidos inesperados.
Hemos penetrado en el reino de la sombras, en una experiencia senderista inolvidable.
Ya es noche cerrada cuando abandonamos la Casa de Paraños. Un piorno solitario en la bajada al Lérez.
Eduardo abre camino entre las sombras de la noche.
La fuente de Natoal apenas si se distingue en la oscuridad. El blanco de la artística bañera resalta junto al Muiño da Ponte.
Nota: Para ampliar, hacer clic en la imágenes.
Pingback: La vía descubierta « Sendereando