Entre el mar y la montaña

Desde la playa de Lapamán, en el municipio pontevedrés de Bueu, hasta la cima de O Castelo hay que salvar un desnivel de casi 400 m. en menos de 3 Km., a lo largo de un camino empedrado, en una laboriosa ascensión mitigada por la suave brisa que sopla en estas horas tempranas, pero el esfuerzo vale la pena pues tiene premio: la contemplación desde lo alto de la hermosa ría de Pontevedra, con las islas de Ons y Onceta al fondo,  recorriendo con la vista  el mar allá abajo, sereno y azul, entre la costa de A Lanzada hasta Combarro al frente y desde Cabo Udra hasta la playa de Aguete con la isla de Tambo entre ambas costas. Una obra maestra de la naturaleza cuya inconmensurable belleza deja pasmado a quien la contempla.

Rodea O Castelo un profundo foso que encierra leyendas de tesoros de mouros como ocurre en muchos lugares similares de este país.

Después de empaparnos bien de tanta hermosura, seguimos por las alturas del monte de San Lourenzo hasta dar con un solitario paraje en el que se halla una mámoa, esos monumentos fúnebres de nuestros antepasados de hace unos milenios, A mámoa do Forno das Arcas, misteriosa denominación cuyo significado se escapa a nuestros conocimientos. Vecina a la mámoa se encuentra la Tumba do Portugués,  unas cuantas piedras en círculo encabezadas por una pequeña lápida con una cruz. Otro misterioso monumento casi perdido en una hermosa carballeira.

A poco más de un kilómetro nos topamos con las ruinas de la Capela de San Lourenzo, del siglo XVII, que a tal estado llegó , según cuentan las crónicas, por la desidia del párroco lo cual le costó una reprimenda del Sr. Obispo. Allí siguen las ruinas sin que hasta la fecha, después de tantos años, haya sido reconstruida a pesar de la bronca de monseñor.

Seguimos por caminos y pistas forestales, siempre por las alturas, hasta llegar a la Cruz de Ermelo, muy conocida por estos senderistas. Se levanta sobre un  altozano frente al mar oculto por los pinos que allí han crecido.  A partir de este lugar, toca descender hasta la villa de Bueu en donde nos espera Casa Quintela con un rutinario menú del día que pasa sin pena ni gloria por nuestros estómagos cumpliendo la obligada misión de reponer  fuerzas para permitirnos continuar  la marcha por las hermosas playas de Agrelo y Lapamán en cuyo extremo se encuentra el punto final de la caminata en donde completamos una estupenda jornada con un tiempo casi primaveral.


Datos de la ruta Distancia Duración Dificultad Tiempo
20,850 Km. 6 h. 23 min. Media Sol y nubes 

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Renaciendo del fuego

Hace tres años, en julio del 2015, cuando estuvimos por estos parajes, su aspecto era desolador. Las cinco docenas de muiños que confieren a estos lugares un carácter tan especial estaban rodeadas de tierra quemada, árboles muertos, tiznados de negro, en un paisaje lúgubre y sombrío apenas aliviado por las aguas del río Folón que desde su cascada se desparramaban entre matorrales y pinos carbonizados.

En este lunes, hemos repetido la ruta de aquel año y nos hemos llevado una grata sorpresa al comprobar que aquel paisaje de desolación y tristeza había recuperado sus colores y su vida. Aunque jóvenes, los pinos pueblan las laderas de la profunda garganta que jalonan los 36 muiños del Folón y también ha mejorado el aspecto que ofrecen los 24 del Picón al otro lado de la montaña.

Hemos llegado hasta ahí partiendo del lugar de Barrio Novo, cerca de Loureza en los límites de esa joroba enorme que es la sierra de A Groba cuyas tierras descienden suavemente hacia el valle de O Rosal.  A pocos metros del inicio de la marcha  tenemos nuestro primer encuentro con el río Tambre, también llamado Carballas a su paso por estos lares aunque más adelante, en tierras de San Miguel de Tabagón, recibe el nombre de Tamuxe.

Pasado el puente encaramos una larga pista forestal que nos lleva monte arriba para bajar de nuevo al río que en el lugar de Cruces recibe al río da Cal cuyas aguas brillan en la lejanía en el monte de enfrente. Siguiendo  el cauce del río da Cal, ahora por un tramo de carretera, llegamos al lugar de Fornelos y desde allí iniciamos la ascensión entre fincas pero también por tramos de asfalto hasta el punto en que comienza el sendero que discurre entre los 24 muiños del Picón.

Los últimos del Picón se juntan en la cima con los del Folón cuya impresionante estampa admiramos desde arriba para desviarnos a nuestra derecha y continuar por una larga pista de tierra que bordea las márgenes del río da Cal que baja por un profundo desfiladero mostrando la hermosa estampa de sus rápidas aguas bajando hacia el valle entre pozas y pequeñas cascadas.

Toca ahora bajar hasta pasar el puente  para volver a subir  la empinada ladera  por una serpenteante pista que nos lleva hasta San Comba, un conjunto de casas que se eleva en aquellas soledades rodeando su ermita.

Allá abajo, está Loureza, a la orilla del río Da Cal a donde se accede por un accidentando sendero pedregoso e irregular que se suaviza en las proximidades del lugar a donde se llega por un hermoso camino entre castaños alfombrado por la hojarasca que allí dejó el pasado otoño.

Ya en Loureza, entramos en el Restaurante El Puente, viejo conocido de esta tropa, en donde disfrutamos en una caliente sopa, seguida de carne asada con patatas fritas, arroz con leche y filloas con lo cual quedamos perfectamente preparados para cubrir los cuatro kilómetros que nos separan del punto de inicio, un corto paseo que, después de subir un poco por el monte, nos vuelve a llevar a las orillas del río, muy cerca del sitio en el que comenzamos y rematamos la ruta de este lunes.

 

Datos de la ruta Distancia Duración Dificultad Tiempo
21,830 Km. 5 h. 50 min. Media Soleado 

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Ondas do mar de Vigo…

Ondas do mar de Vigo,
se vistes meu amigo?
E ai Deus, se verrá cedo

En estos meses se expone en el Museo do Mar, de Vigo, el pergamino Vindel que contiene siete cantigas de amigo del trovador vigués Martín Codax a las que pertenece la estrofa que encabeza este comentario.

Viene esto a cuento porque en la marcha de este lunes hemos disfrutado durante mucho tiempo de la vista de la bahía del Vigo, de las ondas do mar de Vigo que cantó Martín Codax, pues la ruta discurre por los altos del Monte Faro, una atalaya desde la que se contemplan excepcionales panorámicas de esa joya de las Rías Baixas que es la ría de Vigo.

Iniciamos la marcha en los aledaños del Club de Golf  Domaio en continuo ascenso hasta alcanzar O Chan da Arquiña, un amplio parque forestal que se extiende a los pies del Monte Faro, cuya cima está cuajada de antenas, que parece que todas las emisoras, tvs u operadoras de móviles se diesen allí cita para abarrotar tan espléndido mirador con ese bosque de mástiles que han montado allí.

Menos mal que a unos metros más abajo de la cima existe una especie de plataforma que da a la ría abarcando su vista desde el estrecho de Rande hasta las islas Cíes.

A partir de este punto toca bajar por pistas forestales hasta llegar al Barranco do Faro desde donde arranca un largo camino que atraviesa una extensa carballeira que, aunque en este tiempo de invierno, desnudas sus sus ramas, no presenta su mejor aspecto, en primavera y otoño se convierte en un hermoso paraje, frondoso y lleno de color.

Aunque son kilómetros de descenso, pues nos dirigimos a la costa, abundan las rampas y cuestas que hacen de este recorrido un auténtico tobogán. Así, a pocos kilómetros de la citada carballeira, damos con el Outeiro do Aviador, una zona recreativa coronada por un cerro desde el que se divisa la parroquia de Meira, muy cerca y las villas de Moaña y Cangas que se desparraman hacía la bahía.

Seguimos descendiendo hasta alcanzar la carretera que va de Cangas a Bueu en su encuentro con O Rego da Freixa cuyas aguas se precipitan formando pequeñas fervenzas entre rocas y muiños en ruinas entre la espesura de su bosque ribereño que recorremos pasando estrechos carreiriños y abundantes pasarelas de madera que nos ayudan a vadear el inquiero río hasta alcanzar la primeras casas de Domaio y desde allí hasta los alrededores de su iglesia parroquial ya en la carretera de la costa, muy cerca de la Adega do Pescador a la que accedemos con los primeros 18 Km. de la jornada a nuestras espaldas.

Empanada, fanecas fritas o cazón con fideos componen el menú del día con el que resarcimos a nuestro organismo de las energías gastadas hasta el momento.

La ligera lluvia de la mañana y las nubes han desaparecido dando paso a una tarde luminosa y soleada que nos permite caminar sin prisa bajo un impoluto cielo azul. Ahora toca subir dejando atrás el pueblo para llegar a la Poza da Moura, otro de los objetivos de nuestra ruta de hoy.

Allí llegamos después de una laboriosa ascensión. La Poza es un remanso del Rego Miñoura que nace en las estribaciones del Monte Faro. A lo largo de su recorrido se construyeron varios muiños, uno de los cuales, a los que el agua llegaba a través de una levada de piedra que  parece un acueducto, está situado cerca de la poza, una hermosa piscina natural base de la cascada que se precipita muy cerca del Corredor de O Morrazo, una autovía de la que se salvó por los pelos.

Después de disfrutar durante unos momentos de la bella estampa que ofrece la poza y su cascada seguimos monte arriba  y no tardamos en regresar a la carretera, al punto en el que finaliza la ruta de este lunes.


Datos de la ruta Distancia Duración Dificultad Tiempo
21,440 Km. 6 h. 40 min. Media Sol y llovizna 

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En Lusitania por la Vía XIX

En el municipio portugués de Paredes de Coura que limita al norte con los de Valença y Monçao, todos lindantes con las tierras del sur desde Tui hasta Salvaterra de Miño, se encuentra la que fue parroquia de Cossourado cuyo principal atractivo en su Forte da Cividade, un poblado fortificado que se extiende por un área de cerca de diez hectáreas  que, habiendo sido habitado por un corto período de tiempo entre los siglos V y VII a. C., fue abandonado poco antes de la ocupación romana.

Hasta allí hemos llegado desde las cercanías de Antas, una pequeña aldea en la que destaca una enorme mansión en ruinas, de aspecto crepuscular   con su fachada renegrida y sus ventanales rotos, cercada por un viejo muro que encierra lo que seguramente fue un cuidado jardín ahora todo matorral.

Frente a ella  se eleva una modesta capilla a cuya entrada han adosado un porche cuyo techo sustentan dos gruesas columnas de piedra que vienen a ser dos miliarios, aquellas piedras militares que señalaban las distancias en las calzadas romanas cada mil passus (pasos dobles romanos) es decir, cada milla romana y que dan nombre a una de las rutas de las que se compone este recorrido. Hay unos cuantos más rodeando la capilla.

Desde ahí continuamos la marcha en subida continua a lo largo de unos 4 Km. hasta alcanzar el poblado fortificado de Cossourado. Aprovechamos para hacer la foto del grupo en lo alto de la colina en donde se alza un vértice geodésico desde el que se domina todo el valle del Miño, con las ciudades de Valença y Tui en la lejanía.

Dejamos atrás la interesante citania para bajar hasta la iglesia parroquial y desde allí, por una impresionante escalinata, descendemos a la zona urbana que pronto abandonamos para entrar en la Vía Romana XIX, la calzada de la época de Augusto que, procedente de Braga, pasa por estas tierras para terminar en Astorga.

Nos lleva la vía hasta los terrenos de Châ da Burra, Linhares de Cima y Bolência, poblaciones rurales salpicadas entre tierras de labor con alguna que otra quinta, casas de campo parecidas a los pazos gallegos, entre las que fluye el río Coura que da nombre a la capital del municipio y con el que nos volvemos a encontrar a su paso por Nogueira en un hermoso paraje en donde el río se aquieta tras un amplio muro de piedra para volver a fluir con fuerza entre al espesa arboleda, muy cerca de la carretera en cuyo borde se alza el Bar-restaurante Constantino.

Como el frío apretaba la caminata fué rápida por lo que los 17 Km. que nos separaban del inicio de la ruta  apenas si consumieron cuatro horas así que, cuando llegamos al mesón, aquello estaba lleno de obreros de la construcción y otras industrias cuya hora del yantar es más temprana de lo que se acostumbra en España. Casi de repente desaparecieron todos y quedó el salón entero a nuestra disposición.

Después de un caldo-sopa calentito que venía muy bien en un día tan frío, aparecieron unas fuentes con un montón papas fritidas debajo de las cuales se escondían deliciosos trozos de bacallâo al modo Constantino, es decir cocido y pasado rápidamente por la sartén y mojado con una ligera capa casi invisible de salsa de tomate, todo regado con un solvente vino alentejano invitación de nuestro entrañable Torres por su cumpleaños, cosa que ya se ha hecho norma en este grupo de malandrines, como diría nuestro añorado Moncho, que vigila de cerca los aniversarios. De postre, crema de leite seguida del incomparable café portugués. Y todo por un módico precio que no supera al billete colorado.

Regresamos al río que vadeamos por el puente romano de Nogueira para seguir por veigas y pinares hasta  Casco y desde allí un poco más de monte y bajada a las orillas del Coura cuyas aguas fluyen alegres y abundantes hacia el Miño. Desapareció una pasarela de madera que cruzaba el Cunha, un afluente, por lo que unos lo atravesamos descalzos, otros calzados pero metiendo los pies en el agua y los más decididos haciendo equilibrios sobre un par de troncos.

A poco más de un kilómetro, siguiendo la ruta del PR 8 o Trilho dos miliarios, regresamos al punto de partida.

Datos de la ruta Distancia Duración Dificultad Tiempo
23,810 Km. 6 h. 48 min. Media Sol y nubes 

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