Luis en el recuerdo

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Lunes, 26 de Noviembre de 2007
Adrián, Ángel, Dietmar, Isidoro, José y Manolo
Recorrido; 22 Km.
Dificultad: Baja
Duración: 5 h.

En la resplandeciente mañana de este lunes de otoño al que ya le falta poco para dar paso al invierno, volvimos a San Campio, en cuyas instalaciones disponemos del hospitalario cobijo que nos ofrece el santuario. Una vez más, caminando entre los viñedos e invernaderos que abundan en la zona, ascendiendo por las laderas de la Sierra del Argallo nos acordamos de Luis, nuestro amigo y compañero de fatigas en tantan andaduras, fallecido hace hoy diez y seis meses y muy buen conocedor de estos parajes que recorrió con nosotros.

Aquí, en esta Sierra del Argallo hay un lugar por el que Luis sentía una especial predilección: O Niño do corvo, un espléndido mirador situado en uno de los picos de la sierra desde el que se contempla la bellísima e impresionante estampa del río Miño entregando sus aguas al océano con el monte de Santa Tegra al fondo.

Allí, a los pies del Niño do Corvo, amparado por una enorme roca, yacen las cenizas de nuestro amigo, bajo el joven pino que habíamos plantado cuando, con su familia y cumpliendo su deseo, las llevamos allí.

Permanecimos unos minutos alrededor del sitio donde reposan sus restos, dedicándole nuestro cariñoso recuerdo y regresamos de nuevo entre pinares, prados y viñedos, hasta San Campio.

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Entre el dorado y el ocre de las viñas los senderistas comienzan la ascensión hacia el Argallo. Aún quedan restos de racimos de albariño de la pasada vendimia, verdadera miel en la boca.

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Al fondo el mirador del Niño do corvo. Los viejos amigos dedican un recuerdo al entrañable compañero. Que descanse en paz.

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El Miño, arropado por el valle de O Rosal, se desliza mansamente hacia el mar.

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La Vía de asfalto

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Lunes, 12 de Noviembre de 2007
Adrián, Ángel, Carlos, Dietmar, Isidoro, Javier, José y Manolo
Recorrido; 24 Km.
Dificultad: Baja
Duración: 5 h.

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Sendereando por internet me encontré con que no hace mucho inauguraron en Valença do Minho un tramo de la antigua Vía Romana XIX, del itinerario Antonino que iba desde Braga hasta Lugo (Bracara Augusta-Lucus Augusti). Esto forma parte de un proyecto llamado Vías Atlánticas, auspiciado por la CEE cuyo objetivo es recuperar y promocionar las antiguas vías romanas XIX y XX.

Guiados por el GPS de Carlos, nos allegamos el pasado Lunes hasta la parroquia de Sâo Juliâopaisana.jpg en Valença, pues el tramo a recorrer comienza en la confluencia de esta parroquia con la de Sapardos que pertenece a Vilanova de Cerveira. Buen trabajo nos costó encontrar dicho emplazamiento, ya que ni los propios lugareños lo conocían. Después de dar unas cuantas vueltas, encontramos uno de los postes de madera que jalonan la tal vía XIX en un largo tramo asfaltado, siendo así la mayoría del recorrido.

panel.jpg Bastante decepcionante. En Portugal este tramo de la vía romana se llama Trilho Pedestre da Via Romana, em Valença, pero de pedestre tiene bien poco. Únicamente poco antes de llegar a Valença ciudad, nos topamos con un trozo del Camino Portugués de Santiago que coincide con esta vía en el que aún se conserva un viejo puente que en unos sitios está rotulado como medieval y en otros como romano. ponte.jpg

Pasado el puente, no tardamos en llegar a la carretera que va de Valença a Viana, la cual coincide con la citada Vía XIX, pero ahora no son romanos los que circulan por la calzada sino coches y más coches ruidosos y comida.jpgmolestos para el caminante. Así que renunciamos a seguir hasta La Fortaleza y regresamos para comer poco después del puente, al borde de la carretera, pues por aquí no hay de esos parques forestales con mesas y bancos de piedra que tanto abundan en nuestros montes.

asfalto.jpgSeguimos por la vía-carretera, pasando de nuevo por las parroquias y lugares que recorrimos en la ida, hasta llegar de nuevo a Sapardos en donde hallamos el inicio de la ruta. Una ruta esta poco recomendable para los senderistas que buscan disfrutar con recorridos entre campos y aldeas, montes y valles, estrechos senderos, naturaleza, en fin. De todo esto poco encontrarán en este tramo de la Vía XIX.

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Callada en Gondomar

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Sábado, 10 de Noviembre de 2007
Adrián, Candelas, Carlos S., Carlos P., Carmen,Celia, Dietmar, Isidoro, Jaime, Javier, José, María, Mª Teresa, Mercedes S., Pilar B. y Pilar M.
Recorrido: 20 Km.
Dificultad: Baja
Duración: 5h. 30 min.

No fue una jornada de silencio como podría colegirse del título, sino todo lo contrario. Alegría y jolgorio de los diez y siete componentes de la Caminata Sabatina que hicimos a pie el recorrido, ya tradicional por estas fechas, desde la Parroquia del Carmen, en Las Traviesas, hasta el Bar O Mineiro, en Gondomar, donde dimos buena cuenta de sus famosos callos y su cordero guisado entre otras lindezas que nos hicieron disfrutar sobre el mantel.

Llegar a Gondomar desde Vigo, sin pisar el asfalto es cosa imposible hoy en día, pues la mayor parte de los antiguos caminos y pistas han sido urbanizadas. Aún así, una vez alzanzada La Garrida, en la falda del monte Alba, son más abundantes los caminos y corredoiras que aún se conservan en su estado original.

Como éramos muchos, hicimos la ruta con tranbquilidad y si apurarnos, disfrutando de la compañía de los demás y de las alegres chácharas que se producían aquí y allá.

La buena gente del bar O Mineiro nos esperaba con la mesa puesta y la comida preparada, asú que no tardamos en estar todos sentados y comenzar el estupendo festín. A los cafés, como es habitual en las cuchipandas dela Caminata Sabatina, Dietmar desenfunda su acordeón y tiene lugar la alegre y entusiasta cantata. También hubo baile y, a eso de las seis, tocó pagar y se acabó la jarana.

Siguen unas imágenes que demuestran lo bien que nos lo pasamos.

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Clásica foto de familia antes de la partida.

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Un alto en el camino para darse un respiro.

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La callada en todo su apogeo. Mª Teresa, la nueva, entre sorprendida y encantada con nuestro acordeonista.

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Viascón bajo las estrellas

El pasado Lunes 29, dábamos cuenta de una ruta titulada Entre muiños, fontes, piornos y carballos, un circular de 17 Km. que recorrimos los de Los Lunes al Sol en una espléndida y luminosa mañana de este otoño que nos regala un clima tan poco habitual para estas fechas.

Unos días después, en este fin de semana, tuve el privilegio de disfrutar de la hospitalidad de nuestros buenos amigos José Manuel y Piruca, en la hermosa casa que poseen en Paraños, no lejos de Viascón, en compañía de uno de nuestros luneros, Eduardo. Y se nos ocurrió que sería ineteresante efectuar aquel mismo recorrido pero de noche, seguros de que la oscuridad nos depararía muy diferentes sensaciones.

Y así fue. Iniciamos nuestra andadura en el mismo sitio sitio que el pasado Lunes. Ya notamos que los parroquianos que merodeaban por los aledaños del bar Manolo, nuestro punto de partida, se fijaban con cierto aire de sospecha en torno a aquellos dos tipos con mochila y bastones que se perdían en las sombras de la anochecida.

Eduardo caminaba delante abriendo ruta con su linterna y tratando de indentificar las marcas blancas y amarillas que sirven de guía por el PR G68. A nuestras espaldas quedaban las luces del pueblo y el alumbrado de la carretera que a veces se filtraban a través de la arboleda, mejor dicho de sus sombras, hasta que llegamos a los bajos del río Cabanelas donde la oscuridad era total. Podíamos oir el rumor del agua brillando en efímeros reflejos, pero no veíamos nada a no ser el pequeño espacio que iluminaba la linterna.

Eduardo se detiene un momento.

-¿Oyes?, es un carabo. E scomo un ulular, uuuh, uuuh

-Pues no, no oigo nada

-Sí hombre, uuuuh, uuuuh.

-Ahora sí oigo, le contesto.

-Ya, pero ese soy yo. Para otra vez y escucha.

-Uuuuh, uuuuh.

Es como un gemido que atraviesa el bosque. La Santa Compaña, Fendetestas, los antiguos habitantes de la fraga, merodean de nuevo, redivivos en la noche rural.

Rematado el primer bucle que se cierra en el puente de Rexedoiro volvemos a la pista a cielo abierto, un cielo en verdad oscuro pero límpido y cuajado de estrellas bajo cuyo resplandor, a pesar de no haber luna, podíamos distinguir las marcas del sendero. Retornando al asfalto, alcanzamos la fuente de Natoal y, a pocos metros, la ruta abandona la carretera y nos lleva por el saca ojos, una rampa infernal, pavimentada de cascajos, ramas y piedras, que el lunes pasado, bajo este sol otoñal que más bien parece de estío, nos hizo sudar la gota gorda.

Ahora la rampa no se ve, ni el sol abrasa nuestra espalda, pero hemos de caminar con pies de plomo, lentamente, pues la tenue luz de la linterna no es suficiente para distinguir tanto cascajo bajo nuestros pies y el riesgo de un tropezón o una caída es inminente. Ante nosotros el monte se perfila como una monstruosa joroba negra. Ni las piedras, ni el suelo, ni los pinos tienen forma ni color. Penetramos en la inmensa sombra hasta que alcanzamos la cima del Coto do Castro, desde donde divisamos de nuevo Viascón hundido allá abajo, entre las luces y sombras de la noche.

Bajamos al barrio de Atalaia, y nos detenemos a la salida del puente de Xoan Figueroa para reponer fuerzas a la luz de una solitaria farola. Dan las once en la torre de la iglesia. Apenas reanudada la marcha, una furgoneta se para a nuestro lado.

¿ Boas noites. Necesitan axuda?

-Non moitas gracias, respondemos.

-Pero entón, onde van a estas horas? ¿E alguha promesa?

-Nos home non. E que fixemos esta ruta o Luns posado de día e queríamos ver como era de noite.

Nos miran entre sorprendidos y desconfiados.

¿Entón, no necesitan nada?

-Que non, que vamos a andar, no se preocupen.

-Bueno, pois vaian con coidado. Sorte.

-Graciñas. Boas noites.

Seguimos. Nos queda por recorrer el tercer bucle que nos lleva hasta el Muiño do Río Grande, junto al Lérez. Van quedando atrás las últimas casas de Viascón. La ruta discurre ahora por estrechos y hondos carreiriños, sumidos en la negra oscurridad, entre rústicos muros de piedra apenas insinuados entre las sombras. Es necesario caminar con la máxima concentración para no dar un traspiés que dé con uno de nosotros en el suelo. A nuestra izquierda se alzan ahora, alargadas y siniestras, las altas siluetas de los eucaliptos. Al otro lado brilla, bajo el cielo estrellado una veiga que se extiende cual negra alfombra tras la cerca empedrada. De repente, suenan dos explosiones secas y cercanas y una lluvia se perdigones cae sobre nuestras cabezas y repiquetean contra las hojas del eucalipto. Alguien, desde una casa solitaria, ha visto la luz de nuestra linterna y seguramente quiso dar un aviso, por si acaso… Amparados por la sombras, apagada la linterna durante un rato, seguimos bajando hasta llegar al río.

Aquí la noche es cerrada y oscura. Los árboles altos y frondosos de la ribera, ocultan el cielo y el agua. Es como si el río hubiese desaparecido quedando solamente el fantasmal rumor de la corriente. Hemos llegado a la cota más baja del recorrido. De nuevo ascendemos por la larga cuesta hasta llegar de nuevo a la iglesia y reencontrarnos con la luz y el silencio del pueblo dormido. La campana del templo parroquial da la una.

Hemos caminado casi cinco horas, sumergidos casi todo el tiempo en las sombras espesas que bordean ríos sin ribera, senderos que se insinúan bajo los vigilantes luceros, árboles que se alzan como fantasmas, silencios y rumores inquietantes, ruidos inesperados.

Hemos penetrado en el reino de la sombras, en una experiencia senderista inolvidable.

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Ya es noche cerrada cuando abandonamos la Casa de Paraños. Un piorno solitario en la bajada al Lérez.

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Eduardo abre camino entre las sombras de la noche.

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La fuente de Natoal apenas si se distingue en la oscuridad. El blanco de la artística bañera resalta junto al Muiño da Ponte.

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