FLORA DE NUESTROS VALLES Y MONTAÑAS

En esta sección queremos mostrar las diferentes plantas y árboles que nos vamos encontrando en nuestros recorridos, tanto por las zonas umbrías como soleadas, así como en las diferentes estaciones del año. Cuando vamos caminando, recorriendo kilómetros y kilómetros, nuestra mente va inmersa en una serenidad y felicidad, olvidada de toda preocupación de la vida diaria.

Normalmente vamos en animada conversación, que a veces se transforma en la complaciente escucha del silencio de nuestro propio ser, pero siempre hay una profunda atención del grupo hacia el entorno por donde caminamos. Es como si el grupo tuviera una conciencia, su propia conciencia colectiva, de tal forma que siempre hay miembros del grupo que están dispuestos a que nada del entorno pase desapercibido para disfrute y enriquecimiento del propio grupo.

La flora está presente a lo largo de todos nuestros recorridos, nos llama con insistencia, nos hace aflorar muchos sentimientos que nos expresa con su colorido, su follaje, su exuberancia, su decrepitud, en fin con todo su ciclo vital, desde su juventud hasta su madurez, pasando por sus ciclos reproductivos. La flora, en suma, forma parte importante de nuestras vidas aunque no seamos conscientes de ello, nos da color a la vida, nos entra por los cinco sentidos y nos da su fuerza, esa fuerza de la naturaleza que nos ayuda a recorrer nuestro propio sendero.

Intentaremos exponer, planta por planta, con todas sus características físicas y botánicas, para que cualquier senderista pueda reconocerlas fácilmente. Intentaremos también incorporar fotografías de las distintas fases de la planta, así como dar a conocer sus propiedades medicinales, sus posibilidades comestibles o sus riesgos tóxicos.

Ofreceremos también los vínculos adecuados con páginas web de reconocida solvencia tanto en inglés como en francés y español que permitan a los interesados profundizar en los diversos temas.

Todo lo descrito en esta página en cuanto a propiedades medicinales o a posibilidades comestibles nunca podrá ser utilizado porque se mencione aquí, ya que sólo se hace a titulo informativo. Siempre será necesario consultar al correspondiente profesional de la salud o de la nutrición.

Eduardo

PANDILLA DE «CHALAOS»

Lunes, 26 de Diciembre de 2005
Adrián, Ángel, Basilio, Carlos, Dietmar, Eduardo, Isidoro, Jaime, José

Recorrido: 32 Km.
Duración: 6 h.

El grupo de senderistas sale de la parroquia de El Carmen cuando pasan diez minutos de las nueve de la mañana. Baja por la Pastora, atraviesa el parque de Castrelos. La ciudad queda atrás. Sus botas ya chapotean por corredoiras y carreiriños, en cuyas cunetas afloran casi escondidas humildes hierbas, como ortigas, celinodias, dientes de león… plantas olvidadas cuyas propiedades salutíferas y gastronómicas son prácticamente desconocidas.

Están ya en Valadares. Bajando en fila india, enfilando la cresta gris del Galiñeiro en el último tramo urbano antes de emprender la ascensión que les llevará a los aledaños del parque forestal de Zamanes. En sentido contrario se acerca un caballero enfundado en su gabardina, calado su chapeu de lo mismo, bigotito de ala de mosca y corbata. Al pasar por su lado murmura: ¡pandilla de chalaos!… Se aleja del grupo, entra en el bar cercano, pide un café y el periódico…

Los senderistas dejando a su izquierda el PRG 2, ruta oficial al Aloya, y la nueva carretera hasta hace poco pista forestal, se adentran en los pinares alfombrados con los fentos ocres del reciente otoño, brillantes por la lluvia que es ahora fino orballo y, atravesando de nuevo la reciente carretera, entran en la sierra. Queda atrás encerrada en nieblas la cumbre del Galiñeiro, pasan ahora al borde de la Cola del Zorro, entran en una hermosa campa, puro terciopelo verde reluciente por la poalla, llegan a San José de Prado…
El hombre de la gabardina ha salido del café. Sigue lloviendo. Se sube el cuello, cubre su generosa calva, echa una ojeada a su alrededor y se dirige por una estrecha pista al taller de su amigo el chapista. Allí, mientras el operario trata de volver el morro de un turismo a su forma original, el hombre de la gabardina le da conversación. Algo de política, de la que se ve en la tele, el tiempo…

Los senderistas ya están en las estribaciones del Aloya. Abedules, carballos, castiñeiros, jalonan su alegre marcha. La lluvia repiquetea machacona sobre sus capuchas, acometen, algunos con jadeos, las empinadas cuestas, se estiran, animados, por las veredas y caminitos que surcan el hermoso parque forestal del Aloya. Entre charlas y silencios, el grupo avanza. Veinte kilómetros, veinticinco, veintinueve…

Otra vez la carretera, el asfalto, y en el cruce, a la derecha, el Sombra Boa. Uno tras otro van llegado al restaurante. Empapados de arriba abajo, las botas embarradas, las mochilas a la espalda, felices y contentos, en sus rostros mojados se dibuja el gesto a la vez cansado y alegre de los que han disfrutado de una mañana de marcha, en la que el hecho de andar, de sentir el roce de la brisa, la refrescante lluvia, el rumor del bosque, la magia del paisaje, les llena de euforia y contento.

El restaurante está repleto de gentes en sus atuendos formales que disfrutan plácidamente del buen yantar que es fama del establecimiento. Los senderistas son, entre ellos, como seres distintos, sus americanas son chubasqueros, sus zapatos botas de monte, sus palos, sus mochilas… En su mesa les espera un exquisito bacalao, carne de buey a la piedra, un mencía generoso… Comentan entre bromas y chascarrillos, los percances de la marcha, están alegres como rapaces y eso que el más joven ya no cumple los cincuenta.

El hombre de la gabardina ya está en su casa. Ha colgado su chapeu en algún sitio a la entrada y también su elegante gabardina. En unos minutos se sentará a la mesa, comerá sosegadamente con su esposa e hija, después quizá tome un café y quién sabe si una copita y hasta un cigarro. Eso de fumar no será tan malo aunque lo digan los de la tele… Una pequeña siesta y, a la tardecita si no llueve demasiado, un paseito con la “jefa”, que eso de andar es muy sano, por aquello del colesterol…pero a modiño, no como aquella pandilla de chalaos…

De sifón a sifón

Sábado, 17 de Diciembre de 2005
Pili, Emilio José, Isidoro, Jaime y José.

Este recorrido fue diseñado por nuestro guía Adrián. Se llama “de sifón a sifón” porque en su trazado se encuentran los sifones que hacen que el agua pueda salvar el gran desnivel que existe entre los dos puntos opuestos de la profunda vaguada en cuyo fondo está la carretera de Porriño a Redondela.

Uno es el sifón correspondiente a la antigua tubería de hormigón que traía el agua desde la presa de Eiras a Vigo y que está fuera de uso, situado cerca del punto de partida de esta ruta. El segundo sifón, que es el que está en funcionamiento ahora, tiene su entrada a unos 3 km. de ese punto, tal como se señala en el mapa de la ruta.

Hay que desplazarse hasta el aeropuerto de Peinador y, saliendo por la derecha de la rotonda, tomar a unos 200 m. el vial que lleva a Louredo, tal como indica la señal, y seguir hasta el cruce de Los Valos. Atravesamos la carretera Porriño-Redondela y aparcamos al lado del aserradero, “Maderas Casas”, que es donde comienza la marcha.

Nos desviamos a la izquierda y, a unos 150 m., torcemos a la derecha por un sendero que asciende por detrás de la primera casa que encontramos. Seguimos por ahí, sin desviarnos de la pista, siempre paralela a la antigua conducción de agua, que es una tubería de hormigón, casi siempre cubierta de musgo y hierbas. Seguimos así, hasta que nos encontramos, a los 3,3 km., con la entrada de agua al sifón, que es una caseta que queda detrás de carretera y a la derecha de una casa con huerta. Fijándose bien, puede verse al otro lado de la vaguada la caseta de salida, situada en el cortafuegos por donde pasa la línea de alta tensión. Más abajo puede verse un esquema de lo que es “un sifón invertido” como éste.

Después de la caseta. bajamos a la izquierda por la carretera, siguiendo las señales roja y blanca del sendero GR58. Siempre siguiendo estas señales descendemos hasta el punto más bajo, que está en la aldea de Quintela, seguimos y nos encontramos ya en el comienzo del ascenso con el Restaurante Lemos. Atravesamos la carretera y subimos por una pista frente al restaurante hasta la Eira Pedriña que es un lugar donde se encuentra un depósito de aguas y que pertenece a la parroquia de Cedeira.

Seguimos ascendiendo, y a unos cincuenta metros a la izquierda, cogemos un camino con una fuerte pendiente que nos lleva a otra pista más ancha y llana, a muy pocos metros de la caseta de salida del sifón, que está debajo de la línea de alta tensión, en el cortafuegos. Estamos en el km. 7,1. Poco más adelante volvemos a encontrarnos con la vieja tubería de cemento, una veces a la vista en superficie, otras enterrada. Seguimos adelante, sin desviarnos y, al encontrar la carretera, seguimos por ella hasta la aldea de Milgosa, de la parroquia de Caveiro.

Atravesamos la carretera y, tomamos el sendero que pasa por detrás de la primera casa y que vuelve a ser el paralelo a la tubería del agua. Siempre siguiendo las señales blanca y roja del GR, y paralelos a la tubería de cemento, en el km. 11,00 atravesamos un puente de piedra sobre el río y a pocos metros hay un cruce de caminos. Seguimos por el de la izquierda, paralelos al riachuelo, siempre seguido, hasta encontrar una carretera secundaria, a cuya izquierda hay un hito del Camino de Santiago. Atravesamos la carretera y seguimos directo hasta llegar a la antena que ya venimos divisando desde hace un rato. Seguimos recto y nos encontramos con el campo de fútbol detrás de cuya caseta se ven pintadas las señales blanca y roja.

Entramos en un vial asfaltado, lo atravesamos y ya estamos en Casal do Monte, de la parroquia de Saxamonde. Atravesamos el conjunto de casas y salimos a la carretera, bajamos a la izquierda y nos lleva al cruce delante del cual está el aserradero donde hemos dejado los coches.

 

Datos de la ruta Distancia Duración Dificultad Tiempo
12,510 Km. 3 h. 3 min. Media Soleado

Para ver el mapa y más detalles de la ruta hacer clic con el ratón aquí.

Refugio de caminantes

San Campio fue un soldado romano que, por negarse a abjurar de su fe cristiana, padeció martirio en tiempos de Diocleciano, allá por el año 306. Le siguieron su esposa Arquelaida y sus tres hijos. Por eso, este santo es el patrón , o era, de los mozos que iban a la mili. Se encomendaban al soldado santo para salir bien parados de su experiencia militar.

Pues bien, San Campio es muy popular en Galicia y existen muchos santuarios y capillas de dedicados a él en las cuatro provincias gallegas pero, quizás el más importante y monumental, es el que se encuentra en Figueiró, en el ayuntamiento de Tomiño. Vale la pena visitarlo.

Aparte de su interés religioso y turístico este santuario es también un complejo residencial y formativo. Dispone de biblioteca, albergue para peregrinos y convenciones, comedor cerrado para más de cincuenta personas, asadores y mesas al aire libre, aseos limpios y cuidados, tienda de recuerdos, etc.

Una curiosidad que os recomiendo visitar es la llamada “Capilla del peso”. Es un pequeño oratorio anexo a la iglesia en la que hay una gran balanza, uno de cuyos platos es un asiento en el que se acomodaba el devoto mientras, en el otro plato, se cargaba, como ofrenda al Santo, con trigo, maiz, huevos, etc., hasta que ambos quedaban equilibrados.

Lo más sorprendente de todo este conjunto es que todas las puertas y accesos están abiertos y la entrada es libre para todo el mundo. Incluso la tienda de regalos, con su mercancía a disposición de quien la quiera comprar. No hay dependiente, el dinero se deja allí. Únicamente el albergue está cerrado, pero a disposición de quien lo necesite. Solamente hay que pedir la llave a D. José Luis Portela, el párroco que es el alma mater de todo el complejo, su promotor y conservador y que también es el ecónomo del Obispado. Por algo será.

Por eso, los muchachos de “Los lunes al sol” hemos escogido este sitio como refugio en nuestras marchas de los lunes, cuando hace mal tiempo. Allí, en San Campio, después de un recorrido de cuatro o cinco horas por la sierra del Argallo, en cuyos aledaños se encuentra este santuario, podemos asearnos, cambiarnos de ropa, cocinar y comer, ya sea al aire libre o bajo techo, sin tener que pedir permiso a nadie.

Y, después, en el bar de enfrente, nos tomamos el café.

Pionero del medio ambiente

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EL ÁRBOL EN EL HUERTO

A Ricardo de la C. y C.

Un naranjo vivía feliz en la huerta de Murcia, porque el hortelano le quitaba, en tiempo debido, las ramas secas y las chuponas, le abonaba al cavarle, para que las nuevas raicillas hallasen la tierra substanciosa y mullida, y luego le binaba, a fin de que las malas yerbas no le disputasen los jugos de la tierra ni el calor del verano desecase el suelo; en una palabra: lo cultivaba al uso y costumbre de buen labrador.

No era extraño, por tanto, que al llegar la primavera se le creyese árbol criado en el famoso jardín de las Hespérides y aún en el Paraíso Terrenal, tanto por sus hojas nuevas, que de raso parecían, y formaban armonioso contraste con las obscuras y aterciopeladas nacidas el año anterior, como por sus hermosos frutos y sus encantadoras flores de celestial aroma, que son el adorno más estimado de las desposadas.

Una cerca de alambre espinoso rodeaba el huerto, defendiéndolo de animales y merodeadores, y además, una cortina de cipreses moderaba el ímpetu de los secos vientos de poniente, para que no se mustiasen las hojas ni viniese a tierra el dorado fruto, que el exportador transforma en oro de ley.

Mas cierto día, un diminuto insecto, algo emparentado con la temible filoxera, y cuyo nombre vulgar es tan nauseabundo como feo el que le asignan los naturalistas (1) llegó a una hoja, y después de corto paseo, atravesó la epidermis con el pico, que hundió en el tejido celular, para no volver a sacarlo. El resto de su vida lo pasó el animalito chupando y chupando, como hacen las sanguijuelas con la sangre humana pero hay la diferencia de que cuando éstas se sacian, se sueltan para hacer la digestión, y el parásito del árbol sigue adherido hasta el fin de su existencia, como el empleado a la nómina, ¡si le dejan!

Creció el cuerpo del insecto, más no sus patas, que por el género de vida adoptado le habían de ser inútiles en lo sucesivo. Al mismo tiempo, empezó á exudar cierta sustancia semejante á la cera, con la que formó una coraza muy útil para defenderse contra la lluvia y otros enemigos. Luego puso muchos huevos que pronto se hicieron insectos, los que, reproduciéndose rápidamente, llenaron no sólo aquel árbol sino también los de los alrededores, tiznando hojas y frutos y convirtiendo la belleza en fealdad y miseria.

El hortelano se esforzaba en combatir aquel terrible enemigo del árbol y del hombre. ¡Cuántos y cuántos medios puso en práctica para exterminarlo! Lavó y pulverizó el árbol con los malolientes menjurjes formados por el jabón cáustico, petróleo, creosota, aceites de pescado, brea … Hasta empleó vapores de ácido cianhídrico, del terrible veneno que mata el insecto, .. y aún al hombre, ¡al menor descuido! Después de gastar mucho dinero, el hortelano se declaró vencido por falta de recursos y, resignado, dejó obrar a la sabia Naturaleza.

Entonces empezaron a llegar volando otros insectos, cuya mayor longitud no pasa de medio milímetro y corresponden al mismo orden en que están clasificadas las laboriosas abejas y las hormigas. ¿Qué podían hacer los insectillos de débiles mandíbulas, contra los acorazados himenópteros de largo pico? Sin embargo, las hembras llevan en el extremo de su abdomen un taladro y es curioso saber como lo emplean. Al llegar a la hoja elegida, se posan sobre la coraza, y atentamente la recorren del borde al centro, una vez y otra, hasta cerciorarse de que debajo existe el insecto que buscan. Segura ya la hembra, endereza el taladro y traspasa con él la capa cerosa; saca el instrumento, prueba la gotita de líquido que sale del agujero acaso para ver si agradará a su descendencia: de nuevo una, dos y tres veces vuelve á introducir el oviducto, hasta que, satisfecha de sus investigaciones, pone algunos huevos, ya junto al cuerpo de la víctima, ya en su interior. (2)

Cuando las larvas del parásito salen del huevo, comienzan a devorar su víctima, mas con la prudencia necesaria para no quitarle algún órgano de los absolutamente indispensables para la vida pues si muriese antes del tiempo, también la larva moriría de hambre.

Al fin todo es comido, y en breve salen nuevos insectos a continuar su labor, en extremo perjudicial para el insaciable chupador de naranjos, que es vencido al fin, gracias a la rápida multiplicación del casi invisible amigo del hombre.

Curioso es recordar que el utilísimo insecto alado, en la mayoría de los casos sólo tuvo madre y en no pocos, ni siquiera abuelo ni aun bisabuelo.

Se admira cuán grande es Dios al contemplar los planetas y las estrellas, mas no parece menor al estudiar los átomos.

(1) Chrysomphalus dictyospermi. Piojo rojo.

(2) Entre los afelinos, que son parásitos en el interior del piojo rojo, figura el “Coccophagus lunulatus”, y al exterior el “Aphellinus crymsophali”; éste, descubierto por el famoso entomólogo español Don Ricardo García Mercet.