«Sendereadores» felices

Definición:

Las endorfinas son hormonas segregadas por unas glándulas del cerebro, la hipófisis y el hipotálamo, que están presentes en muchos órganos, incluyendo el cerebro y la médula espinal en particular. Estas hormonas tienen efectos similares a la morfina utilizada como un medicamento analgésico. Se emiten en los momentos de esfuerzo físico, emoción, dolor intenso o durante el orgasmo. Las endorfinas, como la morfina, tienen la propiedad de disminuir del dolor mediante su unión a receptores morfínicos situados en el tálamo a nivel de los centros del dolor. Las endorfinas provocan una sensación de bienestar y de relajación.

Nuestra querida Cristina, además de una caminante excepcional, es una fotógrafa excelente, prueba de lo cual son las estupendas imágenes que se exponen a continuación y que son una muestra de la alegría, del goce de «senderear» que se refleja en los semblantes de nuestros andarines.

No es el dolor físico ni tampoco un orgasmo, como se dice más arriba, lo que produce en nosotros las citadas endorfinas, sino nuestra afición a senderear.

Los que no somos científicos pensamos que el aire fresco y limpio, el hermoso paisaje que nos rodea, los encantadores parajes que recorremos por corredoiras y carreiriños, los cerros y también los altos picos que superamos con nuestro alegre esfuerzo templan nuestros cuerpos y llenan nuestras almas de profundo goce y optimismo.

Por eso, en vez de la habitual crónica de nuestras andanzas, dedicamos este comentario a las esforzadas gentes de Sendereando, intrépidos caminantes, animosos andarines, incansables buscadores de oro, de ese oro que nos ofrece la privilegiada naturaleza de nuestro entorno, el oro de sus valles, sus ríos, sus montañas en las que descubrimos algo nuevo y gratificante cada vez que acometemos una de nuestras caminatas.

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Casas muertas

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Lunes, 3 de marzo de 2008
Dietmar, Isidoro, Javier, José y Manolo
Recorrido; 27 Km.
Dificultad: Media/Alta
Duración: 6 h. 30 min.

En nuestras andaduras por los montes y valles que nos rodean, es decir por el rural, encontramos con frecuencia casas abandonadas, en ruinas o casi irrecuperables, hórreos que son un simple esqueleto de la construcción original o viejos molinos de los que solamente quedan unos trozos de pared. En esta ocasión nos hemos fijado en las casas que han sido abandonadas, casi siempre solitarias.

Las dificultades que en otros tiempos arrastraron a muchos de nuestros paisanos a la miseria y al hambre los echaron de estas casas, o sencillamente el ansia de encontrar una vida mejor y más confortable que la dura existencia del campesino pobre que eran mayoría en los habitantes del rural en tiempos aun no muy lejanos.

En algunas de ellas todavía se pueden encontrar vestigios de tiempos pasados, cuando había vida entre sus paredes, tales como cabeceras de camas, mesas y cocinas, artesas, un carro en una eira del que solamente queda el cabezal medio podrido, etc.

Casas sin tejado, sin puertas ni ventanas, que recuerdan los cráneos vacíos de los difuntos, por eso les llamo casas muertas. Ya no hay vida en ellas ni la habrá.

Las casas que se muestran más abajo las hemos encontrado lo largo del recorrido que hemos hecho el pasado lunes en dos rutas de las que ya hemos dado cuenta aquí, en Sendereando: el PRG 69 Sendeiro Frei Sarmiento y en la del «Foxo do lobo» en Cotobade, las cuales hemos hemos repetido y repetiremos, pues no nos canseremos de disfrutar del encanto y belleza de estos dos recorridos.

Evocan estas casas un sentimiento entre la tristeza y la nostalgia teñido tal vez de cierta optimista esperanza pensando que, posiblemente, las gentes que las abandonaron hayan conseguido un lugar mejor y más confortable para vivir. Ojalá sea así.

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En en lugar de Lourido, a poco de comenzar la ruta, se encuentra esta ruina entre otras recién restauradas. A la derecha, otra en el barrio de Revolta con Cerdedo al fondo.

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En Sobreiras, al lado de la que habitó Frei Martín Sarmiento, también abandonada, se encuentran tres o cuatro casas en estado similar. A la derecha, una en Meilice.

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En Carballas, el punto más elevado del recorrido, frío e inhóspito, hay unas cuantas casas como ésta. Bajando hacia el río Almofrey, en el lugar de Arufe, algunos de los nuestros curiosean en su interior.

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Desde allá arriba

vigo.jpg Su piel era suave y blanca como la corteza del abedul. Era fina y graciosa. Sonreía como si estuviera gozando de algo, disfrutando en su interior, pasándolo bien.
Me dijo:
-Quiero subir al monte contigo.
En la cima había una ermita. Una capilla rústica y sencilla, construida en piedra, quizás por algún cantero local . Desde allí podía contemplarse la ciudad. Realmente comenzaba allí donde estábamos. En los aledaños del monte, colinas suaves y pequeñas hondonadas estaban salpicadas de casas que a medida que se acercaban a la ciudad se iban juntando y juntando hasta convertirse en los enormes bloques de cemento que formaban el núcleo urbano y después… el mar. El mar se extendía cómo una lámina a los pies de la ciudad y suavizaba el duro panorama de los abigarrados bloques de viviendas, oficinas y fábricas.

Desde la ermita, veíamos todo eso ensimismados en el silencio que cubría todo el paisaje. Podíamos ver los coches circulando, el humo saliendo de algunas chimeneas, como los únicos indicios de que algo se movía pero desde allí daba la impresión de que un gas letal había paralizado la ciudad y sus alrededores. Solamente la brisa suave y fresca murmuraba quedamente en nos nuestros oídos.
-Parece que están muertos.
-Y que solamente nosotros nos salvamos-comenté.
Dejó de sonreír y en su rostro gracioso se dibujó un gesto de melancolía.
-No me gusta la ciudad.
-A mí no me disgusta-respondí.
Regresamos. A medida que nos íbamos acercando a la ciudad, fueron volviendo los ruidos. Al principio los ladridos de los perros en las primeras casas del rural, un tractor labrando una finca, un coche que pasa por la carretera no lejos del sendero, otro, otro… Muchos, incontables, gente, más gente, los bloques de edificios, las calles, bocinas y sirenas, la ciudad. Escaparates, comercios, gente y más gente, vida. Sí, vida con ruido, con prisas, con ansiedad. Pero vida, comunicación, relación.
Era hermosa la vista desde la ermita contemplada desde el suave y fresco silencio del monte. Era hermosa y gratificante, pero en su silenciosa soledad faltaba la vida que está hecha de personas, de ruidos, de ansiedades, de comunicación. Desde allá arriba, era hermosa la vista, pero todo parecía muerto.
-Adoro el campo y naturaleza, pero no me gusta la soledad sino es en momentos como éste que disfrutamos juntos.
-Quizás tengas razón. Vamos a tomar una cerveza.
Y su cara graciosa, de piel blanca y suave como la corteza del abedul, volvió a sonreír.

Nota: Esto se lo dedico a mi amigo Eduardo que me contó que en Rusia tienen gran aprecio por las mujeres de piel blanca y suave como la corteza del abedul.

El «Rey», vencido y mutilado

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En una de nuestras andanzas por los montes y valles de nuestro entorno rural, nos hemos encontrado hace unos días con la triste estampa de este este hermoso ejemplar de roble, arrancado, mutilado y trasladado a esta finca, donde seguramente será troceado para alimentar el fuego de una caldera de calefacción o de una chimenea de salón.

Triste destino para un árbol como éste, entrado en años, quizás un patriarca en la carballeira de donde fue arrancado. El roble era el árbol por excelencia en el mundo antiguo occidental, sagrado en el norte de Europa y asociado a los dioses Júpiter y Thor.

Ya no quedan muchos en nuestros montes invadidos por pinos, eucaliptos, acacias y otras especies foráneas. Da pena contemplar este hermoso árbol humillado y tendido en el suelo, con esas ramas mutiladas, otrora nervudos brazos, ahora trágicos muñones.

Antonio Machado, el gran poeta de la generación del 98, le dedicó estos versos:

El roble es la guerra, el roble/dice el valor y el coraje,/rabia innoble en su torcido ramaje;/y es más rudo que la encina , más nervudo/más altivo y más señor./El alto roble parece/que recalca y ennudece/ su robusted como atleta/que, erguido, afinca en el suelo.

No pensaría lo mismo D. Antonio si éste hubiera sido el roble de su poema.

Senderos de fuego

Durante estos últimos diez días una parte importante de Galicia ha sido y aún está siendo arrasada por el fuego, especialmente Pontevedra y A Coruña. La verde Galicia, que tiene su expresión más dulce y coqueta en las Rías bajas, bravía y hermosa en Las Rías Altas, ofrece ahora una imagen de desolación y tristeza.

He reunido aquí unas cuantas imágenes de lo que era antes de los incendios y de lo que queda después.

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Estas son las llamas del crepúsculo, cuando el sol languidece y cierra la tarde, bajando el telón en negro sobre rojo.

 

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No son las luces del crepúsculo sino el fuego que devora la noche, arrasa todo a su paso, no purifica, contamina, no calienta sino abrasa, no ilumina sino ciega.

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¿Qué din os rumorosos..? cantaba Pondal. Silencio y desolación. El monte calla. Un luto de ceniza y humo negro ha hecho del bosque un inmenso catafalco.

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Noble animal, recio y vigoroso cuando campas libre, abriendo caminos monte a través con tu manada. Ahora te has quedado solo. Algo ocurre, el aire está cargado de un silencio espeso y cenizo, de negro presagio.

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Tus relinchos eran alaridos, tu coraje, pavor. Lamieron tu piel enormes lenguas de fuego, implacables y crueles. Sucumbiste y muchos como tú sucumbieron reventados tras sádico suplicio.

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Bomberos de corbata y despacho rizan el rizo con sus declaraciones, improvisan estrategias, ahora que es demasiado tarde, mientras brigadistas y voluntarios se entregan con coraje a la lucha desigual contra el monstruo de fuego.