Por un árbol muerto

Ya habíamos desandado la mayor parte del camino, porque íbamos de vuelta en una de esas raras ocasiones en que nuestra ruta de los sábados, en vez de ser circular, volvía sobre sus pasos – subir y bajar del lago Castiñeiras.

Por qué no nos “dio en ojos” aquel resto siniestro de un árbol que fue, cuando pasamos a su lado una hora antes, no sé si achacarlo a ensimismamiento, esa facilidad para sumirse en los propios pensamientos una vez que se ha cogido el ritmo de la marcha, o a mero despiste.

Lo cierto es que hizo falta verlo desde otro punto de vista, el del camino descendente del regreso, para que, bien delante como lo teníamos, ni más ni menos cerca que en el camino de ida, se nos hiciera evidente el que antes nos había pasado inadvertido.

Resto siniestro de un árbol que fue, de tronco seco y quebrantado, de tortuosas ramas desprovistas de hojas, rigurosamente muertas.

“Parece el árbol del ahorcado”, dijimos dos o tres casi a la vez.
“¡Dios mío, si parece un colador!”
De arriba abajo, de un lado a otro, la extensión completa del tronco estaba perforada, taladrada, cubierta de agujeros de variadas formas, algunos más grandes, otros menos, algunos crecimiento de otros, de manera que al aumentar el agujero engullía al siguiente, formando un boquete mayor.

De haber sido otros el tiempo y el lugar se pensaría que aquello había sido obra de un bombardeo intenso e implacable con mortero del gordo. Pero no. El feliz responsable de aquel minucioso trabajo de buril era sin duda el pico picapinos, aunque no solo, sino probablemente auxiliado por su congénere el pito real.

Pito y pico, dos sofisticadas taladradoras, prácticamente iguales en prestaciones, algo más grande el pito, con igual potencia de pico, capaz de perforar a plena satisfacción la madera de cualquier árbol (más fácil si está podrida, evidentemente), con un agarre perfecto que les permite mantenerse sujetos al tronco en vertical, e incluso desafiar la ley de la gravedad colgándose boca abajo de una rama, todo ello gracias al exclusivo diseño de sus patas de cuatro dedos que, a diferencia de las del resto de pájaros, están simétricamente opuestos dos a dos, de manera que el agarre está equilibrado, dos arriba y dos abajo. Además, en combinación con la cola, de plumas cortas y fuertes que ellos apoyan contra el tronco, les hace más cómoda la jornada laboral en postura tan inestable.

El pico picapinos, de aspecto más sobrio, en blanco y negro con un discreto toque de color, rojo, en copete y trasero; el pito real, más atractivo, predominantemente verde, con partes grises, e igualmente rojo en el copete.

Uno y otro, hábiles interpretes de su particular y reiterado solo de tambor, que todos hemos oído alguna vez de paseo en silencio por el bosque.

La naturaleza les ha dotado de cualidades inigualables. Gozan de un agudísimo oído que les permite localizar las larvas que, eclosionadas de los huevos inoculados en la madera por los padres, cuales sean, se esfuerzan en centuplicar su tamaño devorando sin pausa la madera podrida que las rodea. Ya os podéis imaginar el ruido ínfimo que sus mandíbulas harán; bueno, pues nuestros carpinteros lo oyen, y entonces empiezan a tocar el tambor, a abrirse paso con la potencia entusiasta de su musical pico, y cuando les parece que ya está a su alcance, asoma la doblemente curiosa lengua; doblemente curiosa, si, primero, porque no deja rincón por explorar, y segundo, por sus sorprendentes características, con sus casi 15 centímetros de largo, su superficie entre viscosa y pegajosa que arrastra todo lo que se le ponga al alcance, y su extremo, rematado en garfio, que de ser necesario ensarta al gusanillo que ahora olvidado de su voraz colación hace todo lo que puede por escaquearse en el intrincado laberinto de galerías que él mismo ha ido excavando en su interminable cena.

Pito y pico han debido sin duda dedicar incontables y sabrosas horas a convertir este tronco de un árbol que fue, en el doloroso y decrépito resto que hoy a nuestros ojos se muestra. No sé si seréis capaces de encontrar belleza en la imagen decadente que ahora ofrece, con su inevitable recuerdo de acabamiento y destrucción, pero no renunciéis a gozar la de nuestros amigos carpinteros, vivarachos, parlanchines, musicales y al fin, tan de Dios como nosotros mismos, para gracia suya y nuestra.

Jaime Sáiz

Distancia Duración Dificultad Tiempo
Datos de la ruta 13,2 Km. 3 h. 27 min. Alta Nubes y claros

Para ver el mapa y más detalles de la ruta hacer clic con el ratón aquí.

Nota: Para ampliar, hacer clic en las imágenes.

Un pensamiento en “Por un árbol muerto

  1. Querido Jaime :Enhorabuena por el magnifico y simpatico
    documento . A mi ya me estaba dando la sensación de estar
    manejando la lengua galería abajo y cuando me di cuenta por poco hasta me queda el anzuelo clavado.
    Que bueno sería que la lengua de los políticos tambien acabara en anzuelo para que les quedara enganchada , porque larga ya la tienen.
    Un abrazo Eduardo

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