Lunes, 26 de Diciembre de 2005
Adrián, Ángel, Basilio, Carlos, Dietmar, Eduardo, Isidoro, Jaime, José
Recorrido: 32 Km.
Duración: 6 h.
El grupo de senderistas sale de la parroquia de El Carmen cuando pasan diez minutos de las nueve de la mañana. Baja por la Pastora, atraviesa el parque de Castrelos. La ciudad queda atrás. Sus botas ya chapotean por corredoiras y carreiriños, en cuyas cunetas afloran casi escondidas humildes hierbas, como ortigas, celinodias, dientes de león… plantas olvidadas cuyas propiedades salutíferas y gastronómicas son prácticamente desconocidas.
Están ya en Valadares. Bajando en fila india, enfilando la cresta gris del Galiñeiro en el último tramo urbano antes de emprender la ascensión que les llevará a los aledaños del parque forestal de Zamanes. En sentido contrario se acerca un caballero enfundado en su gabardina, calado su chapeu de lo mismo, bigotito de ala de mosca y corbata. Al pasar por su lado murmura: ¡pandilla de chalaos!… Se aleja del grupo, entra en el bar cercano, pide un café y el periódico…
Los senderistas dejando a su izquierda el PRG 2, ruta oficial al Aloya, y la nueva carretera hasta hace poco pista forestal, se adentran en los pinares alfombrados con los fentos ocres del reciente otoño, brillantes por la lluvia que es ahora fino orballo y, atravesando de nuevo la reciente carretera, entran en la sierra. Queda atrás encerrada en nieblas la cumbre del Galiñeiro, pasan ahora al borde de la Cola del Zorro, entran en una hermosa campa, puro terciopelo verde reluciente por la poalla, llegan a San José de Prado…
El hombre de la gabardina ha salido del café. Sigue lloviendo. Se sube el cuello, cubre su generosa calva, echa una ojeada a su alrededor y se dirige por una estrecha pista al taller de su amigo el chapista. Allí, mientras el operario trata de volver el morro de un turismo a su forma original, el hombre de la gabardina le da conversación. Algo de política, de la que se ve en la tele, el tiempo…
Los senderistas ya están en las estribaciones del Aloya. Abedules, carballos, castiñeiros, jalonan su alegre marcha. La lluvia repiquetea machacona sobre sus capuchas, acometen, algunos con jadeos, las empinadas cuestas, se estiran, animados, por las veredas y caminitos que surcan el hermoso parque forestal del Aloya. Entre charlas y silencios, el grupo avanza. Veinte kilómetros, veinticinco, veintinueve…
Otra vez la carretera, el asfalto, y en el cruce, a la derecha, el Sombra Boa. Uno tras otro van llegado al restaurante. Empapados de arriba abajo, las botas embarradas, las mochilas a la espalda, felices y contentos, en sus rostros mojados se dibuja el gesto a la vez cansado y alegre de los que han disfrutado de una mañana de marcha, en la que el hecho de andar, de sentir el roce de la brisa, la refrescante lluvia, el rumor del bosque, la magia del paisaje, les llena de euforia y contento.
El restaurante está repleto de gentes en sus atuendos formales que disfrutan plácidamente del buen yantar que es fama del establecimiento. Los senderistas son, entre ellos, como seres distintos, sus americanas son chubasqueros, sus zapatos botas de monte, sus palos, sus mochilas… En su mesa les espera un exquisito bacalao, carne de buey a la piedra, un mencía generoso… Comentan entre bromas y chascarrillos, los percances de la marcha, están alegres como rapaces y eso que el más joven ya no cumple los cincuenta.
El hombre de la gabardina ya está en su casa. Ha colgado su chapeu en algún sitio a la entrada y también su elegante gabardina. En unos minutos se sentará a la mesa, comerá sosegadamente con su esposa e hija, después quizá tome un café y quién sabe si una copita y hasta un cigarro. Eso de fumar no será tan malo aunque lo digan los de la tele… Una pequeña siesta y, a la tardecita si no llueve demasiado, un paseito con la “jefa”, que eso de andar es muy sano, por aquello del colesterol…pero a modiño, no como aquella pandilla de chalaos…
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